martes, 27 de mayo de 2008

Un poquito de Historia

La Repostería es una parte importante de nuestra cultura gastronómica. Desde la temprana Edad media representa el irresistible placer por lo superfluo. Las representaciones del reino de la Utopía, centrados en los manjares exquisitos, incluyen que los caminos estén empedrados de panes de especias.
En los días de las fiestas y en las celebraciones había dulces en las casas de los ricos y los pobres. Y se servían cuando se había saciado el hambre. Se tomaban porque apetecían, no para calmar un estómago hambriento.
Desde entonces las cosas han cambiado un poco. La gran batalla de tartas y comer hasta la saciedad pasteles y bizcochos constituyen todavía una de las visiones preferidas de los golosos que tienen que ir calculando calorías.
La Repostería es al mismo tiempo un espectáculo para la vista y un festín para el paladar. La misma acción de cocinar, batir y dar forma no es pura obligación. ¡La Repostería es amor!
En cualquier caso no es un arte nuevo. Los egipcios, los griegos y los romanos hicieron dulces con harina, frutas, miel y especias y dieron a conocer sus recetas.
Las mujeres de Centroeuropa ofrecían a los dioses bollos trenzados en lugar de sus propias trenzas.
Del bollo de Navidad existe documentación escrita del año 1329 y la primera referencia del pan de Navidad de Dresde es de 1528.
La tradición de la Repostería doméstica que hoy conocemos se remonta al siglo XVIII. Fue entonces cuando los molineros aprendieron a obtener una harina fina de trigo sin mezcla de salvado.
La harina blanca hizo posible toda una variedad, absolutamente inédita, de productos de repostería. Fue entonces cuando comenzaron a circular los primeros bollos de Navidad.
En bodas, bautizos y otras celebraciones familiares las mujeres servían tartas rellenas de nata, confitura, mazapán y fruta.
Empezaron a batirse separadamente la clara y la yema y se introdujo en el horno la primera tarta parecida al bizcocho. Por aquellas fechas apareció la famosa tarta Linz de pastaflora.
Las primeras recetas de merengues proceden de la primera mitad del siglo XVIII. En la primera mitad del siglo XIX se abrió una era de finísimos y sustanciosos pasteles y de tartas primorosamente decoradas.
Tras la harina blanca, el azúcar de precio razonable fue el segundo requisito determinante de la actual repostería doméstica. En efecto, hasta mediados del siglo XVIII los cristales blancos únicamente podían conseguirse a precios altísimos en las farmacias en calidad de producto estimulante.
Durante el Romanticismo la gente disfrutaba de la vida familiar y se fomentaban las reuniones de señoras para tomar café y las invitaciones no consistían en ceremoniosos menús de fiesta en torno a una larga mesa, sino, dentro de un ambiente exquisitamente burgués, en pasteles y café, chocolate o té alrededor de una mesa redonda.
En 1832 el pastelero vienés Franz Sacher creó su famosa torta de chocolate, que hasta la fecha hombres y mujeres hábiles viene imitando en sus hornos domésticos.
Por la misma fecha, el pastel de Budapest Josef Karl Dobos desarrolló una versión del bizcocho sin grasa, absolutamente nuevo en aquella época y que hoy se conoce como la torta Dobos.
(Fuente: El Gran Libro Práctico de la Repostería).

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